18/8/08

Noches de te acuerdas cuando

Tuerces el gesto y te cuesta abrir los ojos,
pero ayer tuvimos una noche sin mañana,
ayer sembramos uno de esos recuerdos
que no necesitan ser regados.

Pasamos sin dormir las horas muertas
y arrancamos con unas copas mustias,
sin ánimo, enquistadas tal vez en la desubicación,
el sin saber de un ritmo nuevo, desconocido.
Calentamos al ritmo del gentío de Cabo de Palos,
deseando que Mama Luna nos abriera las puertas
recurrimos a tretas, sonrisas y otros motivos,
para alcanzar la meta,
aún con el bostezo superando en la balanza al júbilo.

Tuerces el gesto y pides régimen de agua
pero ayer tuvimos una noche sin mañana,
una dosis de euforia con la que deleitarnos,
en futuras sesiones de "te acuerdas cuando"

Nos lanzamos al Zeta,
a la turba de fans de la noche más fashion
a las listas VIP y las pulseras,
a las camas con dosel sobre la arena
y butacas de teca
como si no hubiéramos sido tú y yo, siempre
más bien de calimocho y de sidrería antigua,
y del momo y la chupi,
y de Antonio y del zapas.
Rasgamos la la negrura al ritmo de la noche,
con el amanecer gritando sobre La Manga,
pletóricos de júbilo y de 40 grados,
en una de esas noches en las que no hay mañana.

Tuerces el gesto y te cuesta abrir los ojos
pero sonríes al recuerdo de la noche pasada,
una de esas perfectas que pueblan la memoria,
una de esas que vives sin pensar en mañana.

14/8/08

La Perdiz, cena baile los viernes por la noche

Entre las vacaciones y los despidos ayer comí solo otra vez, solo en La Perdiz, Pozo Aledo, Balsicas, Murcia. Un lugar que había pasado rozando cientos de veces y que nunca acerté a ver hasta que en nuestra eterna búsqueda de un nuevo menú lo descubrimos.
La Perdiz es un sitio curioso, unas 250 plazas en un pueblo que no contará tantas casas, menú a medio día, cena-baile por la noche y bodas, bautizos y comuniones los fines de semana.

El equipo de diario está compuesto por:
  • la madre, una mujer de esas que parece cansada pero no descansa, y que parece que nunca ha tratado mal a nadie, que lo quieres con huevo, con huevo, que esto no te gusta, te hago otra cosa, que te apetece un chupito, ¿no? bueno otro día.
  • la hija, que se queja un poco y grita un poco más pero en el fondo es tan maja como su madre y trabaja igual.
  • el hijo, en plena crisis de identidad que tiene ganas de cualquier cosa menos de servir mesas.
  • la Kari, que debe ser checa o algo de eso y que tampoco se entera mucho y también chilla un poco pero le da un toque internacional al equipo y eso.
  • los de la cocina, que nunca les he visto pero deben estar ahí, a menos que hayan inventado "la máquina automática de hacer menús del día"
  • el padre, al que en este año largo que llevaré yendo le he contado tres funciones, hacer los cafés, cambiar el canal de la televisión y, sobre todo, controlar que la barra no se mueva. (Pone las dos manos sobre la barra, se dice a sí mismo, .-ah bien, sigues aquí; y ale, a seguir).
Ayer me senté solo,
al fondo del restaurante una convención de asistentes a la presentación de una nuevas semillas de pepino y pimiento, no menos de cien personas demostrándome que hay sectores en los que nunca piensas y míralos, pagando cien comidas sin pestañear en honor a las semillas de pepino.
A mi derecha seis azafatas, profesionales de la sonrisa y musas de la maestría poética del respetable. De las que piden pechuga y gazpacho como yo, solo que evitando los picatostes y despreciando las patatas fritas
Frente a mi mesa tres tios de algún país del este, metro ochenta y cinco de media, cuerpo de paramilitar, pelo rapado lenguaje impronunciable. Son habituales y se han adaptado a las tradiciones, tinto con casera, ensalada murciana y guiso de costillejas; siempre parecen de buen humor para que luego digan que se está mal en la obra.
A la izquierda la familia Pérez; el abuelo, tesorero de toda la mala leche que debe llevar acumulando 70 años hasta tenerla grabada en los ojos, en las arrugas, en el gesto y en las frases como estacas emponzoñadas que lanza cada vez que la nieta toca el pan o pueba el agua o aparta la zanahoria.
Unas cuantas mesas más mezcla de campo, obra, currantes varios y veraneantes que no recuerdo y el grupillo habitual de electricistas, aunque debería llamarles artistas del cable.
Los artistas del cable forman un grrupo singular, día sí día no se pasan la comida discutiendo si el magnetotérmico tiene que ser de 20 amperios o de 50 y cosas por el estilo, pero nunca se olvidan del arte.
Hoy discutían si hay que hacer previsión cuando el cableado de la antena y el del teléfono van juntos y que si hay que montar tubo de 25 o no hace falta. Yo hoy no comía solo, esperaba a Carmen, a Natalia y a Claudia y mientras hacía tiempo ponía la oreja para enterarme de qué era eso de montar previsión.
En eso se ha abierto la puerta y han entrado mis tres acompañantes y el comentario del que discutía, del artista del cable, ha sido discreto, en su línea, escueto y certero como el verso becqueriano.
Se ha abierto la puerta y las siete cabezas de los artistas del cable se han girado al unísono.- Hombre! hablando de montar!